lunes, 5 de septiembre de 2011

La Luna.

   La Luna sintió su pena cuando la miraba a ella aquel muchacho
valiente, con esa sangre torera.
  Cuando en las noches estrelladas acostado en una hamaca a la
Luna con la mirada le hablaba.
   Ella sabía que sus labios palabras no pronunciaban, solamente
la mirada de aquel corazón ardiente, que al palpitar escuchaba. ¡Él
le contaba sus penas y también sus ilusiones! En una plaza famosa
todo vestido de luces, con el capote en el brazo y la montera en
la mano, al público le brindaba aquel toro de su vida. Los capota-
zos giraban, y al terminar la faena la vuelta al ruedo le daban. Los
aplausos le embriagaban y dormido se quedaba. La Luna lo está
mirando adivinando sus sueños.
   Un pensamiento le vino:
    ¡Tal vez su futuro fuera una vida desgraciada!
    ¿Qué planeta reinaría el día que aquel muchacho hacia este mun-
do venía?